Ir al contenido principal

"Silvio poeta"

En marzo de 1979, durante su segunda visita a París, Silvio Rodríguez estuvo en el cementerio de Montparnasse para cumplir con el viejo sueño de una tropa de jóvenes, que bajo el influjo de la lectura compartida de César Vallejo, se habían prometido algunos años atrás, medio en broma pero seguramente sintiéndolo como un pacto ineludible y justo, que aquel de ellos que lograra llegar a la Ciudad de la Luz visitaría la tumba del gran poeta peruano. El hecho de haber sido el primero, convocó al cantautor cubano al homenaje en nombre de todos, y unos meses después, en su número de enero de 1980, la revista Revolución y Cultura incluyó un artículo en el que Silvio contaba sobre esta historia colectiva, comenzando por el principio, cuando, una noche de finales de la década del 60, en que se juntaba como casi siempre con un grupo de amigos en las mesitas al aire libre de la heladería Coppelia de La Habana, llegó Vallejo y se sentó entre ellos cansado y sonriente. A través de la anécdota y el lenguaje figurado, que me recuerda el modo en que, contrario a lo que dictaría la lógica, protagoniza el escritor universal el verso Vallejo así
nos descubrió, de la canción Emilia, Silvio dejaba aclarada la presencia constante del autor de Los heraldos negros, Trilce y Poemas humanos, en la vida y obra de sus contemporáneos.

Del libro "Silvio poeta" de Suyín Morales Alemañy

Comentarios

Entradas populares de este blog

El poder de la palabra, Gilberto Ramírez Santacruz

Si digo pan y mi poema no convoca a los hambrientos a la mesa, es porque la palabra ya no sirve y la poesía exige otro lenguaje. Si digo amor y mi poema no provoca una tormenta de besos y canciones, es porque la palabra perdió su magia y la poesía debe buscar una nueva voz.

Fragmento de La Campana de Cristal de Sylvia Plath

"Vi mi vida desplegándose ante mí, mi vida como las ramas de la higuera verde [...] En la punta de cada rama, como un grueso higo morado, pendía un maravilloso futuro. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famosa poeta y otro higo era una brillante profesora y otro higo era Esther Greenwood, la extraordinaria editora […] Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ése árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, lo higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies."

Bocas, Mario Benedetti

¿Dónde empieza la boca? ¿en el beso? ¿en el insulto? ¿en el mordisco? ¿en el grito?