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Jimi Hendrix (Empezar de cero / Autobiografía) (Fragmento)

Toqué en cafés, en clubes y en la calle. Al principio fue muy duro. Vivía en condiciones lamentables. Dormía donde podía, y cuando tenía hambre, robaba. Gané algo de dinero, pero no me gustaba nada. [...] Cuando estás de acá para allá muriéndote de hambre en la carretera, tocas lo que sea. [...] Mi filosofía personal es mi música. [...] La música es toda mi vida. No hay nada más aparte de la música y la vida –es lo único–. Fluyen juntas, muy cerca la una de la otra, en una especie de paralelo. Y ése es el efecto que me gustaría que mi música tuviera en el público [...]. Por eso el mundo está tan jodido hoy día, porque las personas se basan demasiado en lo que ven, y no en lo que sienten. [...] Mi objetivo es ser uno junto con la música. Dedico toda mi vida a este arte. [...] En el momento en el que sienta que no tengo nada más que ofrecer musicalmente, no me encontrarán en este planeta, a menos que tenga esposa e hijos, porque si no tengo nada que comunicar a través de mi música, entonces no hay nada por lo que valga la pena vivir. [...]

Jimi Hendrix (Empezar de cero / Autobiografía)

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Fragmento de La Campana de Cristal de Sylvia Plath

"Vi mi vida desplegándose ante mí, mi vida como las ramas de la higuera verde [...] En la punta de cada rama, como un grueso higo morado, pendía un maravilloso futuro. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famosa poeta y otro higo era una brillante profesora y otro higo era Esther Greenwood, la extraordinaria editora […] Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ése árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, lo higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies."

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"La abuela nos dice: -¡Hijos de perra! La gente nos dice: -¡Hijos de bruja! ¡Hijos de puta! Otros nos dicen: -¡Imbéciles! ¡Golfos! ¡Mocosos! ¡Burros! ¡Marranos! ¡Puercos! ¡Gamberros! ¡sinvergüenzas! ¡Pequeños granujas! ¡Delincuentes! ¡Criminales! Cuando oímos esas palabras se nos pone la cara roja, nos zumban los oídos, nos escuecen los ojos y nos tiemblan las rodillas. No queremos ponernos rojos, ni temblar. Queremos acostumbrarnos a los insultos y a las palabras que hieren. Nos instalamos en la mesa de la cocina, uno frente al otro, y mirándonos a los ojos, nos decimos palabras cada vez más y más atroces. Uno: -¡Cabrón! ¡Tontolculo! El otro: -¡Maricón! ¡Hijoputa! Y continuamos así hasta que las palabras ya no nos entran en el cerebro, ni nos entran siquiera en las orejas. De ese modo nos ejercitamos una media hora al día más o menos, y después vamos a pasear por las calles. Nos las arreglamos para que la gente nos insulte y constatamos que al fin hemos consegui...