Recuerda aquellas tardes de noviembre.
La lluvia
hacía del patio claustro, y el olor de la tierra
subía hasta la ventana donde nos asomábamos.
Era entonces la casa aún más nuestro refugio,
la isla donde hacíamos madurar nuestras manos,
nuestros cuerpos apenas estrenados.
Llovía,
pero era en otro mundo. En el nuestro, jardines de carne florecían,
arboledas en ciernes; la rosa de tu vientre contradecía al otoño.
Recuerda aquellas tardes… Dormías tras el abrazo
lo mismo que un ambiguo ángel de primavera,
con la frente poblada de besos y de lirios.
La lluvia
hacía del patio claustro, y el olor de la tierra
subía hasta la ventana donde nos asomábamos.
Era entonces la casa aún más nuestro refugio,
la isla donde hacíamos madurar nuestras manos,
nuestros cuerpos apenas estrenados.
Llovía,
pero era en otro mundo. En el nuestro, jardines de carne florecían,
arboledas en ciernes; la rosa de tu vientre contradecía al otoño.
Recuerda aquellas tardes… Dormías tras el abrazo
lo mismo que un ambiguo ángel de primavera,
con la frente poblada de besos y de lirios.
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