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Soul, Rafael de Cózar


La levadura de ayer cobra de nuevo sentido,
venerable cadena del ser en la agonía,
los secos engranajes de los dedos y el latido de luz,
el éxtasis,
muda visión clavada en las cuerdas
donde la araña es una gota de muerte, la negra agarrotada,
tiembla un cuerpo de tinta entre las telas,
se tuercen las tablas, el alambre azul,
más allá de donde suenan los tambores
los dedos han quedado inertes sosteniendo la cúpula,
arrancan latigazos en las sombras dolientes de la noche
y la garganta estalla como un abanico cubierto de quejidos,
asciende el odio, jadeantes dientes, la lengua
duele a muchas horas pasadas en la siembra,
se levanta el látigo, el aliento,

desciende en silencio la humareda de polvo y carne,
surgen los machetes, ojos, torsos brillantes,
el látigo desciende, el látigo de la voz o la navaja
y los cantos que recuerdan demasiadas horas, Louis,
escucha la negra agarrotada el himno
escucha en las cuerdas donde se recorta el tabaco,
la trompeta arranca quejidos de metal al viento,
maíz a jirones en las nubes de sus pechos, tiemblan,
tiemblan azules, calientes, los músculos de ébano
la piel con que se cubren los tambores
y la tierra que trabajas que no ha de ser de otro
y como el agua de la lluvia hacerse ríos
y como el tornado que sopla de la selva un día
surgirá de nuevo el grito de las gargantas,
de las grietas endurecidas
de los muros de la casa de adobe
del volcán donde tú naciste de barro y mimbre una tarde.
Es así que habremos de levantar la historia en un futuro,
de nuevo construir sus muros con la mano y con el puño
sin fuego y sin coraza,
la espiga que sembramos ya crecida
sin látigos ni cuerdas, los ríos, las montañas
un trovador desnudo, de pueblo en pueblo,
nuestra casa, los maizales, el hacha en la herida
aunque los ríos se salgan de su cauce y la lluvia del otoño
borre las huellas,
una trompeta Soul de un modo diferente
el trovador del aire, de pueblo en pueblo,
hasta dolerle el alma.

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